¿Y la salud mental?
Nuestro cerebro –aquella máquina perfecta de consistencia gelatinosa, color marfil y aproximadamente un kilo cuatrocientos– controla y regula la mayoría de nuestras actividades. Lo sabemos… pero muchas veces no le damos la importancia necesaria y cuando nos enfrentamos a situaciones de estrés o trauma, se liberan sustancias que, así como las vivencias del desplazamiento, terminan por afectar este complejo órgano, lo que puede implicar la pérdida de habilidades o a estar más propensos a trastorno mentales. Según Carlos Gómez Restrepo –médico psiquiatra e investigador de la Universidad Javeriana y director del estudio–, en la Encuesta Nacional de Salud 2015 se utilizó la entrevista estructurada CIDI, que “ha sido utilizada mundialmente, deriva en conocer diagnósticos específicos de la persona entrevistada alrededor de depresión o ansiedad”. Y añade que se utilizó una escala de 1993 denominada el SRQ que mide problemas en adolescentes y había sido aplicada en el país.
Los investigadores encontraron que el 11% de todos los encuestados tenía al menos un trastorno de salud mental, el 19% de los adolescentes desplazados presentaron ideas suicidas, 9% realizaron intentos de suicidio y 12% desarrollaron un trastorno potencial por estrés postraumático.
En contraposición, los adolescentes no desplazados por la violencia –que constituyen alrededor del 95% de la muestra– develaron en un 5.8% haber presentado ideas suicidas, 2.1% realizaron algún intento de suicidio y el mismo porcentaje desarrolló un trastorno potencial por estrés postraumático.
“Un adolescente desplazado es parte de una población mucho más vulnerable pero susceptible de sufrir mayores dificultades en su salud mental. Los desórdenes de ansiedad y depresión fueron los más comunes que se encontraron dentro de la población adolescente desplazada”, sostiene la profesora Padilla Muñoz, y añade que ideas o intentos suicidas, por ejemplo, fueron cuatro veces más comunes entre adolescentes desplazados que no desplazados.
Igualmente, los investigadores señalan que entre las mujeres –quienes constituyen la mayoría en la muestra representativa de la encuesta– existe mayor prevalencia también de desarrollar problemas psicológicos y mentales como insomnio, depresión, ansiedad, irritabilidad, baja autoestima, entre otras. También, para ellas se suelen asociar otros problemas de salud pública como el embarazo adolescente, así como el riesgo o abuso sexual.
“En general la depresión y el trastorno depresivo es dos o tres veces mayor en las mujeres que en los hombres. Esto puede obedecer a muchas circunstancias; unas derivadas de la cultura, que tienen que soportar algunas mujeres; aspectos biológicos en las que las hormonas pueden privilegiar ciertos cuadros depresivos por encima de otros, y algunos tipos de relación que se dan a nivel social en las mujeres”, explica el investigador Gómez Restrepo.
A lo anterior, el galeno añade que en relación con trastornos derivados del alcohol, los hombres tienden a tener mayor consumo de estas sustancias al igual que otras psicoactivas. De tal forma que: “En salud mental, hay algunas patologías y problemas que son más frecuentes en mujeres y otros que son más frecuentes en hombres”.
La salud mental y los derechos humanos
“La salud mental es un derecho humano”, recalca la profesora Andrea Padilla Muñoz, y apunta que cualquiera que sea la edad, el género, la etnia, las condiciones socioeconómicas, etcétera, es importante reconocer la salud (física, pero también mental y social) como un bien básico y fundamental. Un asunto que debe ser de preocupación diaria.
La investigadora advierte que, desde esta perspectiva, el estudio es relevante en tanto reflexiona en torno a la interdisciplinariedad de esta salud mental y analiza dos categorías: la población adolescente y el desplazamiento en Colombia, y revela la vulnerabilidad de este grupo, en su mayoría compuesto por mujeres.
En este sentido –refieren los investigadores– la prevalencia femenina en estas circunstancias exige intervenciones rápidas debido a las desventajas que enfrentan (en su vulneración de derechos), las cuales son resultado de la desigualdad social dentro del contexto colombiano; es decir, maltrato, dificultades económicas, agresiones verbales y físicas, entre muchas otras, lo que puede traducirse en resultados adversos para su salud física, mental y social.
Ahora bien, en general el estudio demuestra que las personas desplazadas presentan mayores dificultades derivadas de la pobreza, tienen más problemas de ideación suicida, depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, y desescolarización. Es decir, la violencia y el desplazamiento los posicionaron en peores condiciones, mayor inequidad.
“Queremos promover estrategias para que se ofrezcan unos servicios a la medida de las necesidades de este colectivo desplazado”, advierte Padilla Muñoz, y explica que si se trabaja la problemática de salud mental con población adolescente se puede prevenir que en el futuro desarrollen ideas suicidas, depresión y ansiedad, entre otros desórdenes, siendo adultos.
Pero no se trata solo de ellos, sino de llegar también a sus cuidadores. “Los adolescentes desplazados que están bajo el cuidado de personas con circunstancias similares, pueden tener mayores dificultades para generar efectos de protección que podrían significar un mayor número de trastornos físicos y mentales. Por lo tanto, los resultados de este estudio resaltan la importancia de brindar atención y ofrecer estrategias en servicios en un contexto de atención colaborativa e incluyente”, concluye el estudio.
Según el profesor Gómez Restrepo, es importante un acompañamiento psicosocial a estas familias de mayor riesgo y apoyar al personal que labora con niños y jóvenes. Al respecto, la profesora Padilla Muñoz advierte: “Actividades religiosas, fomentar interacciones y soporte social, deportes, artes y educación prometen buenos resultados con esta población afectada”.
Se trata de un entramado de atención que contribuiría de manera solidaria a mejorar el derecho de la salud mental de niños, niñas y adolescentes, que son el futuro… una generación de relevo que merece ser atendida e incluida en una sociedad que ya les vulneró, alejada del conflicto y la violencia –así como la indiferencia– que trastocó sus vidas.