Lo que dicen las víctimas
Después de cinco años de trabajo de campo, en los que entrevistó y convivió con cuatro periodistas afiliados a medios de comunicación de prensa, radio y televisión, Charles encontró que el concepto de riesgo para los periodistas que viven y trabajan zonas rojas “está determinado por la dualidad entre callarse o autocensurarse, o investigar más acerca de lo que pasa con la violencia y el crimen organizado”.
“En el primer caso, la razón es sencilla, y es porque prefieren no arriesgarse y cuidar su integridad. En el segundo, la respuesta no es tan fácil. Lo que hallé es que el ejercicio profesional de estos reporteros está ligado con asuntos personales, como su propio concepto de ciudadanía, porque el periodismo les sirve para ayudar a la sociedad y enfrentar el contexto en el que viven”, asegura Charles, quien agrega que, en su mayoría, estas son personas que crecieron en contextos violentos, por lo que “el periodismo les sirve como una herramienta para entender su entorno”.
“Son muy conscientes del riesgo, pero para ellos el periodismo, más que un trabajo o un oficio, fue una herramienta para ayudar a la comunidad. Cuando crecen, saben que no hay importunidades, que no hay empleo, que viven en un contexto de pobreza muy grande; el periodismo es el camino para entender la situación y su propia existencia, y responder preguntas muy personales relacionadas con su propósito de vida”, indica Charles.
Durante su investigación, Charles, formado en idiomas en el University College London, y con una maestría en ciencia política de la London Metropolitan University, llegó a formar un vínculo cercano con los colegas a los que entrevistó, y pudo ver de cerca las consecuencias de ese entorno hostil en el que estos se desenvolvían.
Mathew Charles dice que escogió investigar sobre el Bajo Cauca motivado no solo por lo peligroso que resultaba en 2014 ejercer el periodismo en Antioquia, sino por dos casos particulares de periodistas locales que llamaban la atención por sus trabajos. Uno de ellos, Luis Cervantes, de Tarasá, fue asesinado en 2014, durante los primeros meses de la investigación.
“Al comandante responsable lo capturaron, pero aún no hay condena. Otro de los periodistas a los que entrevisté se convirtió en alcohólico porque recibió muchas amenazas, y la única opción que tenía para trabajar era autocensurándose. Pero él sabía que de esa manera le mentía a la sociedad y así mismo, lo cual se convirtió en un problema de salud mental, a tal punto que intentó suicidarse”, narra Charles, de 43 años, y quien ha trabajado para medios como la BBC, CNN y el Daily Telegraph.
Las razones de los victimarios
Charles, quien ha estado afiliado a la Universidad del Rosario desde hace dos años, comenta que este estudio en particular es parte de una investigación más grande que ha adelantado para su tesis doctoral, de la cual ha publicado cuatro artículos científicos. Esta primera fase, dice, tardó dos años, un tiempo corto para una etnografía pura, pero que se suma a otros seis años de trabajo de campo entendiendo las estructuras y la cultura de los grupos paramilitares y las reglas que tienen para mantener sus organizaciones ilícitas.
Así, Charles entrevistó a cuatro jóvenes sicarios, quienes indicaron que ingresaron a los grupos narcotraficantes como una manera de enfrentar la pobreza, lo cual, no obstante, y en palabras del académico, no explicaba sus razones para matar a otras personas, se tratara de periodistas o no.
El investigador cuenta que no fue un proceso fácil ganarse la confianza de los asesinos, pues estos no entendían lo que significa ser un académico. “Por eso, yo les decía que era periodista, y hasta me pusieron varios alias, como ‘el inglés’, o ‘el profe’. También, me decían ‘chonto’, haciendo referencia al color rojo que tomaba mi piel tras varias horas bajo el sol, similar al del tomate criollo”, cuenta Charles en medio de risas.
“Fue un proceso bastante difícil, sobre todo, al principio, cuando aún no había podido ponerme en contacto con el primer sicario. Pero, una vez me gané su confianza, después de varios meses, empezó un fenómeno como de bola de nieve en el que fueron llegando uno tras otro”, recuerda.
Según Charles, para los miembros de las Bacrim, convertirse criminales es una forma de construir una ciudadanía insurgente que busca soluciones para su comunidad. “Es una forma brutal y violenta de hacerlo, y, para escapar de la responsabilidad, siempre decían que mataban siguiendo órdenes de sus superiores, de los comandantes”, reconoce.
De acuerdo con el estudio publicado, los sicarios no mataban a periodistas que, consideraban, eran como ellos, en el sentido de que también trabajan por la comunidad. De este modo, si había un periodista que hacía trabajos sobre pobreza o contra el Estado, a ese reportero lo entendían y no lo señalaban como un objetivo militar.
En cambio, a aquellos reporteros que exponen nombres e información sobre las redes ilícitas, los fichaban inmediatamente. También, los periodistas ven amenazadas sus vidas cuando publican acusaciones o lo que los paramilitares califican como ‘chismes’ para vender sus piezas informativas.
En este sentido, una de las principales conclusiones a las que llegó la investigación es que la violencia contra los periodistas depende del trabajo que hacen y del nivel de amenaza que suponen para los narcotraficantes.
“Los ‘paras’ entienden el papel de los periodistas, y solo deciden matarlos cuando rompen el código de silencio que existe en estas zonas”, anota Charles.
No obstante, los mafiosos entrevistados reconocieron que no es común amedrentar o atacar directamente miembros de los medios de comunicación. O, por lo menos, no antes de desplegar una serie de advertencias y amenazas. Esto es algo que, para el autor, debe ser considerado por las políticas públicas en materia de seguridad, porque si llega una amenaza a un periodista, lo más probable es que esta se convierta en hechos.
El investigador cuenta que de los cuatro sicarios con los que habló, uno ya está muerto, dos están en la cárcel y otro hace parte del programa de protección de testigos. “Fue una indagación llena de desafíos. Incluso, en algunas ocasiones me sentí amenazado, una de ellas por un sicario que iba a ser el quinto entrevistado, y a quien capturaron. Él me escribió desde la cárcel pidiéndome plata, y me dijo que me iba a enviar a sus amigos para matarme. Al inicio de la investigación me echaron del pueblo y nunca supe por qué, aunque pude volver”, cuenta.
También, recuerda Charles, durante el trabajo de campo uno de sus contactos principales se entregó, delatando a toda su red y llevando a sus capturas. “Al principio, ellos pensaron que fue por culpa de mi trabajo, pero después de un tiempo se dieron cuenta de que no fui yo”, rememora.
“Este tipo de investigaciones no es para todas las personas. Se necesita una preparación psicológica muy fuerte, y hay consecuencias que no pueden ser anticipadas. Pese a todo esto, en el Bajo Cauca tengo muchos amigos y es una región a la que le tengo mucho cariño. Para mí, es como mi segundo hogar”, puntualiza.